martes, 12 de marzo de 2024

Violencia cotidiana

https://www.elperiodicoextremadura.com/opinion/2024/03/12/violencia-cotidiana-99316308.html

Cada vez soy testigo de más casos de violencia cotidiana. Me refiero a los excesos verbales con el prójimo, a la mala ‘milk’ que muchos ciudadanos destilan en su día a día con sus semejantes, a la incomprensión de los vecinos y al mal conducirse por la vida. 

Estamos poseídos por un extraño resorte que salta a las primeras de cambio. Hace unos meses, muy temprano, iba por la calle y una mujer que iba por mi acera incomprensiblemente me dio un golpe con la mochila que llevaba al pasar con rabia por mi lado. “¡Iba por mi derecha!”, me espetó. Después escuché un improperio contra mi persona. Si a las ocho de la mañana ya estamos como un volcán no quiero pensar qué sucederá a las diez de la noche.

Continúo. En la cola para pagar en una conocida firma de ropa, la dependienta al ver que están todos muy pegados en la cola, de forma amable, me comenta que me separe de la clienta que tenía delante de mí. Me explica que están dando datos sensibles, como número de teléfono y pines y que lo mejor es separarse. Le contesto que tiene razón y doy unos pasos más atrás. La clienta que tengo a mis espaldas se da por aludida y le habla de malas formas aduciendo que no para de repetir lo mismo. La dependienta le contesta con educación y tratando de templar gaitas y la señora se enerva cada vez más. ¿Ya no recordamos los tiempos del covid en los que había que guardar distancias de seguridad? No hemos aprendido nada.

Y sigo. En la cola del banco, esperando a que abran, un señor mayor actualiza su cartilla acompañado de su perrito en la puerta, en la calle. Una clienta que estaba en la cola le afea que el perro le está molestando. El minichucho no se acercó ni unos metros, pero ella lo percibió como una amenaza. Es cierto que los animales de compañía no pueden ir a determinados sitios, pero creo que tenemos poco aguante. Somos muy tolerantes para determinadas cosas y para otras sacamos la garrota inmisericorde.

Recuerdo que cuando era pequeño había una asignatura que se llamaba Urbanidad en la que te enseñaban a ponerte en el lugar el otro y a tratarlo con exquisita educación. Y no digamos si nos referimos a las enseñanzas de Jesús de Nazareth de amar al prójimo como a sí mismo. Espero que esta Cuaresma nos haga reflexionar a todos.


martes, 5 de marzo de 2024

Íbamos a ser mejores...

Durante la pandemia repetimos un mantra que rezaba que de aquel trance «íbamos a salir mejores». Nada más lejos de la realidad. El alto nivel de egoísmo y violencia se palpa hasta en la cola del pan. Tenemos a flor de piel la contestación desairada y el feo al vecino. Aquello de que «el infierno son los otros» de Sarte está en plena vigencia. Lo malo es que, mientras repetíamos esa fe en la bonhomía universal, abrigábamos la sospecha de que a nuestras espaldas algo se estaba cociendo. En cualquier situación de crisis mientras unos las 'pasan canutas' otros se hacen millonarios. Desgraciadamente, estas suposiciones se están confirmando.

El caso Koldo revela que, supuestamente, mientras hacíamos mascarillas con trapos y gomas y muchos agonizaban en los hospitales, a razón de mil muertos al día, otros, en la sombra, hacían business de la forma más abyecta, traficando con nuestra salud. Aprovecharon la situación para llevárselo calentito. No sé si han reparado en lo parecidos que son el caso ERE en Andalucía y el caso Koldo. Tras lograr un supuesto bien común, la paz social en el primer caso y el abastecimiento de un artículo clave para la salud en el segundo, unas personas sin apenas formación aprovechan una falla en el sistema para enriquecerse. Arriba de la pirámide, los que mandan miran hacia otro lado. Abajo, los mandados, se llenan los bolsillos con comisiones y sueldos que no deberían percibir. El dinero canta mucho. ¿No se extrañaban los notarios de que se adquiera a nombre de una menor de edad un inmueble en Benidorm por 115.000 euros sin constituir hipoteca? ¿Los enriquecimientos patrimoniales fruto de las mordidas no se detectaban en Hacienda? A los ciudadanos de a pie, a los curritos, se nos pone la lupa en cuanto que nos salimos un poco de la normalidad y se nos hace una ‘paralela’ en un santiamén. También hay otra coincidencia entre el Caso ERE y el Koldo. Un chófer, en el primero, y un guardaespaldas en el otro, eran los que movían el cotarro y se llevaban las mordidas.

Por último, me preocupan los escenarios donde se fraguan estas componendas. Existe una querencia a las marisquerías brutal. No sé qué tiene eso de pelar la gamba y de chuperretear centollos y patas rusas que vuelve locos a estos listos. El dinero, además, no se emplea en adquisición de libros o asistir a espectáculos culturales. Se han comprado más una treintena de Lamborghini y apartamentos en zonas costeras. Una horterada. En fin, la pandemia no nos ha hecho mejores, nos ha lanzado a la cabeza el agua helada de una jarra de realidad que abochorna.

martes, 27 de febrero de 2024

Atardecer en Valdecañas

Todo está tan adaptado a la naturaleza que es la propia naturaleza la que acaba invadiendo la obra del hombre

Con el sol despidiéndose por el horizonte, la playa artificial de Valdecañas se llena de una luz anaranjada, tenue, que besa la superficie del agua. En la arena, los jabalíes han dejado sus huellas por toda esa orilla que en verano se llena de risas de niños y conversaciones intrascendentes. Se escucha el canto de varias especies de pájaros a la vez y es imposible distinguir de cuál. ¿Serán palomas torcazas o mirlos?

 Al fondo, los chalés que se quedaron a medio construir, unos más acabados que otros, pero todos afectados por la desolación de estar a medio camino. Recorro el perímetro de la playa artificial mientras en la lejanía la luz se filtra por unas nubes que hace un rato descargaron su agua salvífica a los campos cacereños. El embalse, separado por un malecón de la playa artificial, tiene el agua encrespada, que muestra un color de gema antigua, de joya olvidada en el tocador de la abuela. Es un espacio lleno de belleza, de esa que es difícil de atrapar con las palabras. El viento dobla los juncos de la ribera en un intento de tumbar la tarde definitivamente.

La banda sonora de Valdecañas es un continuo trino de pájaros, solo roto por el casi imperceptible sonido de los carros de golf que atraviesan la geografía de la isla artificial en busca de hoyos, en un paisaje dominado por el color verde.

En el restaurante del hotel Vincci, Ribereño, se ha colado un pájaro y, aunque hace viento, abren las puertas y lo persiguen con una sonrisa y leves aspavientos para que se vaya. Es una coguta a la que ya le han puesto nombre: Rascapichu. Todos los días se cuela para saludar a los clientes, e imagino que picotear alguna miga de pan caída en el suelo. Los pájaros no saben de sentencias judiciales. Al final, en Valdecañas, todo está tan adaptado a la naturaleza que es la propia naturaleza la que acaba invadiendo la obra del hombre. No voy a entrar en disquisiciones sobre el equilibrio entre desarrollo y ecosistema. Solo sé que dar marcha atrás a todo ese complejo sería una locura de esfuerzo y un coste monumental sin sentido. Entiendo que, quienes puedan, paguen un dineral por tener allí su lugar para la desconexión de la urbe y la conexión con Gaia. Me gustaría que este impás en el que está Valdecañas se resolviera bien y en total armonía con la naturaleza.